viernes, 22 de abril de 2011

VIA CRUCIS NOCTURNO EN SAN JUAN DE TELDE

FOTO JESÙS RUIZ MESA PARA TELDEENFIESTAS.COM

por Jesús Ruiz Mesa
Ante el altar del Monumento al Santísimo  en un mural sobre la alfombra se lee el último mensaje de quien el viernes va a inmolarse en la Cruz por la Humanidad, “Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros como yo les he amado”. El celebrante en la Solemne Eucaristía de la Cena del Señor del Jueves Santo recuerda aquel gentío que, lleno de fervor, alegrías y esperanzas, el Domingo de Ramos se abalanzaba sobre la burrita para darle la bienvenida a Jerusalén. El hombre más seguido, el que iba a cambiar los destinos de la humanidad, el Jesús niño de Belén, el que tanto celebramos, no ha mucho en los fríos meses de diciembre y enero, el que fue motivo de adoración por los reyes venidos de Oriente; el Jesús, ya hombre, el de los milagros, el hombre solidario, tolerante, comprensivo, lleno de caridad y fraternal relación con sus semejantes; el que nunca acuso a nadie de nada ni mucho menos capaz de lanzar la primera piedra; el de las parábolas para hacernos fáciles la comprensión de las conductas humanas, el del sermón en la montaña, el de la alianza con  el Dios Padre en la más sencilla respuesta de fe hacia el padrenuestro; el justo al que le negaron sus más íntimos, el traicionado, el rey sin reino, sin ejército, sin legiones; el humilde capaz de lavar los pies a sus semejantes, el que compartió el pan y el vino y en su memoria participamos de su misterio; el incomprendido a la hora de que se le entendiera su misión en este mundo; el retado a que demostrara su poder divino entre los hombres; el insultado, escupido, entregado por un puñado de monedas, el humillado, flagelado, coronado de espinas y considerado lo peor de aquel pueblo, el acusado por desafiar la autoridad de Dios, el Padre en quien tenía puestas toda su confianza; el hombre que nos ofreció a su propia madre y en ella personificó a la mujer y a todas, sin discriminar a ninguna, las que le rodearon a lo largo de su vida; el cobardemente juzgado por un pueblo y autoridad terrenal, y ese pueblo, sin entender  la inhumanidad de su propia condición humana, como premio a tanta maldad, le niega el mismo perdón que él impartió a raudales; se le despoja de sus ensangrentadas vestiduras, desnudo ante el mundo, tal como vino a traernos su mensaje de paz, amor y entrega a los demás, se le inmola con el castigo de la crucifixión, entre dos malhechores; la cruz símbolo de una fe en Él,  y a la que tanto se le da la espalda, y para más inri, el Jesús, que a la hora de expirar el último aliento de su pecho, en la más absoluta de las soledades, abandonado, aún tuvo el valor, la entereza, la hombría y misericordia, sumido en el dolor, de pedir al Padre nuestro perdón, porque, equivocados, mal orientados o informados, ignorantes, perdidos en la oscuridad, en el abismo,  no sabemos lo que hacemos.GALERIA DE IMAGENES
El sacrificio consumado, es bajado de la cruz, sepultado y al tercer día resucitó, y todavía después de veinte siglos, celebramos este trance final de su vida, su Pasión, Muerte y Resurrección, y en Él ponemos todas nuestras esperanzas para una mejor vida, una mejor humanidad y una forma de pasar por este mundo sin el vacio, soledad, desesperanza y temor, que la propia vida y sus consecuencias nos hace gozar y padecer, hasta que el destino nos libere, como Él nos anunció y prometió,  en una nueva vida, en la Resurrección como la suya,  que ya próximo, el tercer día, el sábado de gloria celebramos en cada Pascua de Resurrección. Se cumplieron las Escrituras.
Una reflexión que durante el Vía Crucis celebrado después de la Hora Santa, un Camino de la Cruz retomando las huellas del viejo e histórico San Juan, el que otros, antaño, cubrieron sobre las piedras de este camino que nos conduce al nacimiento de nuestra ciudad, Telde, en un corto recorrido, con una devoción y recogimiento ejemplares, por parte del público asistente, se realizó esta noche en torno a la Plaza y la Basílica de San Juan de Telde, dirigido por el párroco D. José María Cabrera, y lecturas a cargo de un grupo de jóvenes de la parroquia.
“Yo quiero ser feliz y llorar con el que llora, llorar con el que sufre y se siente oprimido, sentir el dolor y experimentar tu consuelo. Yo quiero ser feliz y tener hambre y sed de justicia; buscar tu voluntad y hacerla ley de mi comportamiento, yo quiero saciarme de tus bienes sentado en tu mesa. Yo quiero ser feliz y trabajar por la paz, quiero ayudar a que los hombres se perdonen como hermanos. Quiero un día ser llamado hijo de Dios. Yo quiero ser feliz aunque sea perseguido a causa de la justicia, quiero ayudar al hombre a defender sus derechos, y quiero un día heredar el Reino de los cielos”.
Y la cruz en madera negra del Vía Crucis entre los faroles, recorre la nave central del templo, después de seguir con la mirada cada una de las estaciones de la Pasión,  enmarcadas en las pinturas que cuelgan de las paredes, ante el altar mayor, el recogimiento y esplendor que obliga la presencia del monumento a la exposición del Santísimo, y el recorrido en torno a la Basílica, a los pies del Santísimo Cristo de Telde, rodeados de todos los pasos que el Viernes Santo participarán en la Magna Procesión del Santo Entierro y la Procesión de la Soledad de María, una noche para reflexionar por unos instantes y ahondar en nuestros corazones, el motivo personal que justifique, aunque sea por poco, esta celebración,  dejar que pase el tiempo, sin prisas, sin más pretensiones que estar en paz y que las sagradas imágenes, obras de arte inspiradas por el genio del artista,  ante las que nos inclinamos y veneramos, por la fe en lo que representan, nos conduzcan a llevar y cumplir entre todos el último mandato: Amarnos todos como el amó a toda la Humanidad. Que el Jesús sobre sus numerosas cruces en los pasos, en estas manifestaciones religiosas de la procesión de la Semana Santa, en el silencio de la noche, ante el llanto amargo por la ausencia definitiva, la soledad de las almas en las miradas hacía el crucificado, ante el dolor de la madre por el hijo, ante el verso cantado hecho oración para aliviar la pena,  nos ayude a conseguir un mundo mejor, de solidaridad, tolerancia, comprensión y paz.
La poetisa canaria Ignacia de Lara escribe en 1939 estos versos dedicados al Cristo de Luján: “¡La Majestad de un Dios! Y en doble acierto, el canario buril encandecido, pudo reunir de amor sobrecogido la exangüe lividez de un hombre muerto/ Parco de estragos está el cuerpo yerto, el tropel de las llagas suspendido, ¡y parece más bien un lirio herido mustio, tronchado, y con el seno abierto!/No le queda ya sangre en esta hora que el genio del artista conmemora, porque en su sed de inmolaciones plenas le fue en cruentas jornadas derrochando: ¡el Amor y el Dolor …..la fue lanzando de la reseca urdimbre de las venas!”.
Jesús Ruiz Mesa, colaborador cultural Telde, 21 de abril 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario