viernes, 15 de febrero de 2013


Visita domiciliaria por el campo (obligada su lectura, por favor). 
Previamente, avisé a dos voluntarias de la Cáritas Parroquial, para que me acompañaran, les iba a llevar los sacramentos del perdón y la eucaristía, se trataría de conocer a algunas personas, que ni siendo pobres, ni estando necesitadas de bienes materiales, por vivir lejos de toda población, y tratándose de personas
mayores, enfermas, solas, les vendría bien una visita, y dado que la Misa era a las 18,00 en la Parroquia central o mayor, salimos recién almorzados, a las 14,00 horas, y coche subiendo nos meteríamos entre al lluvia, viento y niebla, con solo el asfalto cuando no la tierra, y la tournée apostólica, pasaría por tres ajuntas y mientos (Valsequillo, Telde e Ingenio), por donde mis feligreses. Ya estábamos en la primera cueva –las otras tres también lo sería (cuevas)- donde su único morador, preparaba las papas para la siembra o plantación a manta, cortándolas, y de inmediato nos llevó al café, que nos supo a gloria, visitamos su cueva-museo, llena de aperos de otros tiempos, donde hicimos repaso a la agricultura, y ganadería de hasta hace poco; él mismo, había vendido su última novilla, y espera en breve dos becerras para criarlas, y fue más lo que nos dio que lo que le llevamos: café, orobal, pepinos..., y se vino con nosotros -a media hora de camino- a la tienda del lugar donde nos esperaría mientras hacíamos la segunda visita. Ésta, como la anterior, entre niebla y agua, también viento y la imposibilidad de ver más allá de la carretera, y solo las orillas llenas de verde con fuerza de retamas, tabaibas, tajinastes, lechugones, vinagreras, tuneras, almendros, escobones, hierba por un tubo, etc. –y todo prohibirlo tocarla- y al llegar a la segunda cueva el matrimonio acogedor y la alegría de la visita con la cháchara de la conversación amena sobre la familia, las cabras, la cueva en sí, y un entorno de maravilla: el olivo en la puerta de la casa con otros árboles frutales, y en claro de nubes el fondo de aquél impresionante barranco con toda su belleza fugaz, porque pronto la neblina lo volvió a ocultar, y salimos en busca de recoger al primero y bajar hasta el pastor de 20 vacas y 300 cabras, sin contar cochinos y otros animales, con sus costillas rotas, por una caída y con esposa e hijos en el atendimiento de tantos animales, incluida la hija enfermera, que del hospital llega a casa y sin llegar al hogar –en cuevas- se pasa por los animales donde estaba, y nos fuimos sin verla, pero después del café, absolución y comunión, allí ya había algo más de claridad –de nieblas- que por veces nos permitió admirar y gozarnos de paisajes, cuevas, verdes, etc., y mirando la hora, con prisa y con pena dejamos atrás al primer visitado, que regalaba a sus amigos sendas cestas de peras, cerezas y no sé qué más (de allí espera las dos becerras que en breve criará), y allí los dejamos, sin poder hablar con el más joven (17 años), que enfundado en plástico y cucurucho con altas botas de goma y manguera abierta limpiándose el calzado lleno de estiércol, llegaba –viéndonos llegar- cuando nos íbamos. Y nos fuimos a la cuarta y última cueva, objeto de la visita pastoral, donde también las vacas, ovejas y cabras, los perros amarrados –porque nos esperaba- no fuera que con el barro, en el saludo perruno de echarnos las patas a la ropa, nos dejara perdidos; y allí la enferma ciega de más de 17 años en cama, al cuidado de su hijo y su anciano esposo, donde la charla, y repetición litúrgica, con visita a las cuevas de los animales, y ya con el tiempo justo para volver a la Parroquia, donde la feligresía esperaba paciente la llegada del cura para la santa misa. Y..., si les he contado todo esto –la página de la vida de un presbítero un día cualquiera, es porque asombrado pudimos ver, lo que tres hombres se afanaban hacer, aprovechando la niebla, y que así nadie podría descubrirlos o verlos (miedoambiente), con máquina taladradora, rompían terreno por risco, por donde pasar..., y que de no hacerlo así, imposible salvo que la multa fuera tan descomunal, como que para pagarla habría que vender tierras, cuevas, y echar fuera los pocos ahorros de pobres familias, que en el campo no pueden hacer absolutamente nada, salvo permisos que constantemente son negados, hasta para lo más elemental, urgente y necesario, y me dio pena –los saludamos y hablamos un poco- en aquel risco al borde del precipicio, donde el viento amenazaba con tirarlos, la lluvia los mojaba, y la niebla (o bruma) les impedía ver más allá de cuatro o cinco metros, y en esas condiciones, aprovechando los favorables medios meteorológicos hacían lo que de ser descubiertos, más les valdría no haber nacidos, y se arriesgaban a tanto por miedo a miedo ambiente que no deja hacer nada. Y, toda vez que soy sacerdote, primero me arrancan la lengua, y me lo llevaré a la tumba, que nadie jamás sabrá dónde y quiénes hacían tal faena: justa, imprescindible y necesaria, que un insensato e irracional miedo ambiente lo prohíbe todo, y ahora solo queda que un mal vecino no denuncie, y ello gracias a que por el mal tiempo, nadie saliera con sus narices al aire y así ocultados trás la favorable meteorología estos pobres hacían lo prohibido por quien nada sabe del medio ambiente, y tanto que lo ha convertido en miedo ambiente. Solo rezo, para que el ruido del comprensor, no fuera más allá y que nadie lo oyera y así pasara –por el ruido del viento- inadvertido y así estos pobres desgraciados, queden libres de la sabrosísima multa de la que el cabildo se sobaría las manos, pensando en el buen pellizco, que de no poder pagarlo aún con sus bienes, los “infractores”, pagan con sus vidas, colgándose de un árbol, como ya lo han hecho, hacen y van a seguir haciendo por mor de no poder pagar, ni querer ir a la cárcel, y se van a la otra vida, aunque después, ningún periódico diga que se ahorcó. Así vea los ojos de Dios, que en la segunda visita, hablamos de dos ahorcados, uno no hace un mes, y el otro un día antes de la visita, como consecuencia del acoso al que el miedo ambiente tiene con todo campesino, que haga lo que haga, ¡multa que te pego!, y que si fuera de 200,00 o 300.00 euros, como que sí, pero es que si te cuentan las retamas, escobones, beroles, etc., que cogiste para echarle de comer a la vaca, te puede salir la broma por 300.000,00 euros, de los que pagan a ese enorme ejército de parásitos que viajan por toda la isla sin dar golpe con el escudo, ropa y coches del cabildo.

El Padre Báez.

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