Saber que ya estás muerta sin morir,
que nunca verás otra primavera;
que el sol se ha apagado en tu jardín
y que el frío llega de adentro hacia afuera.
Sentir que aquel rocío te quemó,
que en tus espinas va tu frenesí.
Que el tallo, con la sed se te secó
y el viento te mueve hasta la raíz.
Sufrir el corte duro de la hoz
sin que tiemble la mano del cerril,
por la sangrante herida corre atroz
los recuerdos del venerado abril.
Y vuela el pétalo de tu dolor,
los ojos ya no se posan en ti
cansada, tu cabeza se inclinó,
pues nadie quiere ya una flor así…
Guadalupe Santana Suárez ©
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