viernes, 29 de mayo de 2020

A Canarias


         TELDEENFIESTAS LA VOZ DE LAS ISLAS

 
 A CANARIAS 
Nunca he podido cantarte
coplas de almíbar y miel
ni decir que eres vergel
aunque alguna vez lo fuiste.
Te reconozco en el triste
caminar del campesino
y en ese estrecho camino
que es un sendero hacia adentro;
en el silencio te encuentro
de los viejos marineros
que transitan los senderos
de la mar y sus entrañas,
y acogen a las extrañas
gentes que vienen de afuera;
te reconozco en la estera,
en el libro y en el sacho
y en ese triste muchacho
que busca a quien parecerse
porque, a fuerza de creerse
menos que otro en esta vida,
el pueblo canario olvida
que es pueblo, y que sus costumbres
deben ser luz que le alumbre
en su andar hacia el futuro.
Y es mejor lento y seguro...
Nos ganamos, por pausados,
títulos de aplatanados.

Y cuando hubo cultura,
que nos colocó a la altura
de arrancarnos los complejos,
nos miramos en los viejos
y anduvimos con la gente,
quedando como prudentes
en el decir y el obrar
porque quien supo escuchar
entendió lo que dijimos.
Y casi nunca tuvimos
por sabio a aquel que se explaya,
porque el que sabe se calla.
¡Oradores pocos fuimos!

Te reconozco en el patio,
en los geranios, las lajas,
y en aquellas horas bajas
de sol oliendo a café,
cuando a mi abuelo se ve
venir arrimando a casa
y mi abuela con la taza
echando humito lo espera
sentada en la cantonera
como cuando era una moza.
Te reconozco en la choza,
la dulce sombra y la roca
con que Estévanez convoca
a tu esencia en el terruño;
te reconozco en el puño
de gofio que mató el hambre
y en este anónimo enjambre
de seres que se levantan
a trabajar y que cantan
porque son pueblo sin más.
Y el cadencioso compás
de aquellas viejas tonadas,
aunque fueron heredadas,
en nosotros se enraízan.
Se ahonda y se ralentiza
la vibrante malagueña.
Y cada nota se preña
de sentimiento y ternura
en la folía que apura
el dolor y lo sublima,
porque al tiempo que lastima,
como el llanto en la amargura,
es un bálsamo que cura
los padeceres del alma.
Y en la sombra de la palma
te reconozco y, a veces,
creo que no te mereces
el amor que te profeso
y te dejo junto al beso
el reproche que te hiere.
¡Solamente a quien te quiere
se le permite este exceso!
JULIO PEREZ TEJERA 

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