Agüimes quedó ayer teñido de beige, de amarillo y de blanco. De las distintas tonalidades del gofio que cerca de 2.000 personas transportaron desde los molinos de Lolita y Ananías, perdidos en los recovecos del barranco de Guayadeque, hasta un casco que anoche seguía metida en la jarana de una nueva edición de su polvorienta bajada.
Ni el nuevo cambio de hora aplicado al tenderete por motivos de seguridad -este año se atrasó una hora ante la falta de guineo de 2012- ni el sol justiciero que hizo del sureste un horno pudieron con la cita. La muchedumbre, mucha de ella ataviada con ropajes de la tierra, acudió en masa a la calle para trasladar con parsimonia, música y mucho relajo los aproximadamente 500 kilos de gofio que durante esta última semana se han estado moliendo a las afueras del pueblo. Según apuntó al inicio de la fiesta Paco Macías, coordinador del envite, el cargamento fue "prácticamente el mismo" que el movilizado hace ahora un año. "Si acaso tenemos un poco más de música cuando lleguemos a la plaza, donde estrenaremos una retreta de la mano de la Banda Isleña y luego le pasaremos el testigo a Paco Guedes", un histórico de las verbenas en las islas con sus teclados.Antes de todo eso, la carretera que va y viene de Guayadeque quedó impregnada de un rubio más propio de la comarca de Luxor. "No te preocupes mi niño, que eso se quita con los lagartos y con la cuba del Ayuntamiento", acertaba a decir una romera camino del carromato donde se transportaba el objeto del relajo y un poco de agua para condimentar el sarao.
Sin prisa pero sin pausa, la bajada arrancó casi puntual desde lo alto y de la mano del taller folclórico Llanos Prieto y la parranda Tacoreni. Desde el consistorio se esforzaron en recalcar su propósito de preservar el tipismo de los fastos. Por ello, se alistaron al rebumbio gran cantidad de paisanos con cachorro, fajín y resto de uniforme. Pero nadie pudo evitar la presencia masiva de indumentarias poco relacionadas con la molienda del gofio o faenas similares, como el socorrido vaquero corto y las camisetas blancas de tiras que cientos de adolescentes se calzaron para sumergirse en la batalla del día.
Por allí andaba el bueno de Antonio Martín quien, como viste 61 años y unas cuantas experiencias a sus espaldas, se endilgó sobre la nariz unas gafas transparentes "compradas en los chinos porque estos ojitos hay que cuidarlos". A su vera reían Genoveva Cruz, Esther Martín y Patricia Andrés, lo que venía a ser el kit completo de familia con mujer, hija y nieta respectivamente. Otros que se sumaron al rebumbio fueron Alejandro Jiménez y Alexis Cruz, ambos primos de Carrizal, con Borja Romero, este último oriundo. Los tres estaban viendo pasar al piberío, pero pertrechados con grandes bolsas de gofio para dejar a todo el que se pusiera a tiro como los chorros del gofio. A unos metros, Paula Ojeda y Ángela Hernández se estrenaban en el convite de maíz tostado, camufladas en una pandilla llegada de La Charca, Arinaga y un par de pagos más. "Yo vengo con la intención de bañar de gofio a mi profesora", amenazaba la primera.
También formaban una buena el comando de Sandra Padilla, compinchada con un grupo de padres del colegio La Higuerita, en Marzagán. Se plantaron en el tenderete con media docena de churumbelas equipadas con traje de Néstor y sucedáneos. "Es nuestra primera vez y el gofio lo traemos de Telde", decían.
No faltaron, eso sí, algunas voces críticas con el cambio de horario, pues hasta hace un par de ediciones el asunto se desarrollaba de noche, lo cual hacía más complicado esquivar las ráfagas de gofio. En este grupo de disconformes se ubicaban Fernando González y Manolo Artiles. El primero, muy pillo, trajo minidosis de suero fisiológico en el bolsillo. Y el segundo puso en aviso a los políticos: "No me gusta el cambio de hora. Que se preparen en Carnavales". Ahí queda. según publica La Provincia
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