lunes, 23 de septiembre de 2013

"Adiós con el corazón, que con el alma no puedo"

El pasado día doce, después de una solemnísima concelebración Eucarística y una elocuente disertación teológica-espiritual (homilía) predicada por el doctor en Teología y sacerdote D. Segundo Díaz Santana, expuse ante la asamblea multitudinaria asistente, un humilde manifiesto en diez puntos, en forma de decálogo, indicando lo que significa para el creyente de hoy ser discípulo y seguidor de Jesús de Nazareth. Tras la breve lectura de éste, dí el consentimiento y solicité a los mayordomos de turno que bajasen la milagrosa imagen del Santo Cristo de Telde desde su hornacina del Altar Mayor y que fuese puesta en los pies del presbiterio para ser llevada a hombros por los sacerdotes concelebrantes y ser entronizada en el lugar donde, a lo largo de diez días, sea contemplada y venerada por los fieles. Al mismo tiempo celebrar los cultos en su honor y recibir las plegarias de los hijos de Telde, de los devotos y de los cristianos en general…
Durante estos escasos días, tan sólo diez, he vivido situaciones límites que me han noqueado y experiencias espirituales inefables e inenarrables que pertenecen a lo más hondo y más bello del misterio del corazón humano: bastantes personas derrumbadas a los pies del Santo Cristo, con la alopecia de la quimio o el cáncer, el ictus o el infarto, el accidente o la enfermedad degenerativa, la pérdida del trabajo o el hijo que no encuentra el primer empleo, el joven que deja la carrera o el otro que no la puede empezar, la ruptura matrimonial o el abandono de los hijos, la desilusión del amor perdido por el luto o la pérdida de la esperanza en un mundo distinto…

Junto a todo este dolor, expuesto a los pies del Santo Cristo, ofrecido, orado y suplicado con la conciencia de que es el tribunal de última instancia, también he vivido preciosos momentos de “ALTA-FRECUENCIA-ESPIRITUAL-ÚNICA: la viejita empobrecida que hizo unas pulseras de hilo y te las da para que las vendas en “ un euro “ para los pobres, el mendigo que pide en la puerta y la mitad de lo que recoge lo entrega para Cáritas, el cantante de ópera, ateo, que emocionado pide la fe que tenía su abuela, el compañero sacerdote que cambiado de destino, pide confesarse para mirar nuevamente con un corazón limpio al Santo Cristo solicitando fuerzas para su nuevo destino, el policía joven que ha ganado las oposiciones y con lágrimas en los ojos da gracias al que le pidió, este privilegio , de tener trabajo, o la esposa agradecida que celebra, llena de fervor, la vuelta del marido después de un exilio extramatrimonial , o la joven estremecida que, increíblemente, acepta una nueva vida, después de un mes entubada y en estado vegetativo…

Y así mucho, mucho, muchísimo, amén, de las experiencias compartidas y celebradas en la intimidad del confesionario.Aquí en este bendito Santuario de la Basílica de San Juan Bautista de Telde, he visto, oído y palpado la fe del pueblo llano y sencillo que canta diciendo: “Al Santo Cristo de Telde mis penas le conté yo, sus labios no se movieron, y sin embargo me habló”.

Hoy, Santo Cristo, te devolvemos y te depositamos en tu lugar de origen, la hornacina del Altar Mayor, y en nombre de la ciudad de de Telde y de todos los grancanarios, hasta el próximo año, te decimos: “adios con el corazón que con el alma no puedo”.

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