La Lechuza se muere:
No, no se trata de ningún avechucho, búho o mochuelo muerto, sino del Barrio de La Lechuza, perteneciente a San Mateo, la patria chica de un servidor, a donde si usted va un día entre semana, oirá el silencio más absoluto, donde antes había vida. Y me refiero a cuarenta años atrás, más y menos. Pongo, un solo ejemplo de ello. Entonces, uno podía ir a la tienda de:
- Maximino (o Maximinito), o a la de
- Pepe Pino (o Pepito Pino), o a la de
- Rosarito (la del lechero), o la de
- Angelito Moreno (antes de Juan Rodríguez, y después de Pino Navarro), o a la de
- Marcelina (que tenía un ojo azul y el otro verde), o a la de
- Los hermanos Navarro (que nada tenía que ver con Pino Navarro).
- La de Elena (que vino de Los Chorro)
- Hasta en la Casa de la Cal, había dos: la de Reyes y la de Juanita Torres.
- En La Asomada, (la de Felipito) había otra, y no sigo, para no cansar a nadie. Pues, bien, de esas tantas tiendas, donde en un banco o en un apartado se sentaban los labriegos al fin de sus jornadas, para echarse el ron y la tertulia, en la que la copa era acompañada por unos manices, y hasta por unas pastillas de caramelos, y al lado o en el mismo mostrador, te despachaban lo que tu madre en cesto y apuntado en un papel te mandaba a buscar, y “mi made que se lo apunte”, y según cobraba, se pagaba, sin dejar a deber ni una perra, y como agradecimiento de la paga, unos caramelos.
De todas esas tiendas enumeradas en un pequeño barrio, y como dije no están todas, de ellas, no queda ni una sola. Todas han desaparecido. Y con ellas, la vida y el trasiego de un ir y venir a la labranza, con burros, mulos y yeguas, cuando no caballos, con ovejas y cabras, y rico el que tuviera vacas y toros. Las sementeras y sembrados, los cantares de los pastores, y de cualquiera en cualquier faena: segando, sembrando, trillando, etc. De todo aquello, nada de nada. Cuando por lo intempestivo de la hora y distancia, no se podía ir a la tienda, se iba al vecino a pedir un poco de azúcar, que medida en una taza, era devuelta, tan pronto se volvía a la tienda. A la fuente por agua; al barranco a lavar la ropa, y era un mundo de relaciones. Los patios llenos de flores, y las vecinas, pidiendo un gajo de aquel geranio u otra planta en el patio, que barrido a diario era signo de limpieza y dignidad. Pasar y pararse la gente para ver el patio ajeno, cuando no, caminando desde lejos y cansado, se tocaba a la puerta o en el patio, para pedir un vaso de agua, que a nadie se la negaba, con el consabido: “¿quiere más?” Una vida ida, un pasado desaparecido por mor de una crisis y desmoronamiento que entonces comenzó, pues ese abandono del campo, fue la raíz de lo que ahora padecemos, porque no se debe olvidar la zafra, a la que se iban al sur, para volver con millo seco, las cabras, colchones y dineros según el año, pero siempre con ganancias, y aquellas escenas de los camiones cargando media casa, para volver después, y seguir en lo propio, y la visita periódica de los estercoleros de Valleseco, que con cestas te regateaban el que tuviera, y te lo raspaba, y vuelta a empezar con la cama de los animales, cuando la retama era segada, sin miedo a miedo ambiente porque entonces se la controlaba, y cada año, daba su cosecha cual castañero o nogal, cuando las higueras y las tuneras eran a veces el único plato, el de sus frutos con gofio. Pero había alegría, y la chiquillería formando bandos y con peleas de barrios que eran unas delicias, sin que nunca la sangre llegara al río, y la queja de unos padres a los otros porque tu hijo pega al mío, y asunto resuelto. Cuando decíamos a la madre: fulanito o el maestro me pegó, y la respuesta era: “¡por algo sería y pórtese bien!” Repito, hoy da hasta miedo: al barranco no se puede bajar, lleno de zarzas; los caminos invadidos y desaparecidos, llenos de cañas y retamas, las fuentes agotadas desde que le dio al ckabildo por plantar pinos. Un balido no se oye; ya ni ladridos de perros (con lo poco amigo que soy de ellos). Ya nada se mueve, ni los cuervos vuelan, porque sencillamente se acabaron los cuervos, como los milanos, y otras especies...
Me he puesto melancólico, y no sigo, porque sería entrar en el nuevo año, muy triste y toda vez que no va a venir mejor, mucho me temo, que aún lo poco que queda, también desaparezca.
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