Pregón de Marpequeña
Francisco Santiago Castellano
Me presento ante todos ustedes esta noche sabiendo que estoy en casa como el equipo que juega en campo propio, como un vecino más de este barrio que en sus comienzos conocí, como el amigo que soy de muchas de las personas que aquí hoy siguen residiendo y se encuentran presentes, como el cazador de sueños que en parte aquí se crió y que, aun a pesar del transcurso del tiempo, sigo siendo. Aquí llegué junto a mis padres a finales de los años 50 siendo aún muy niño, llegamos de los Altos de Guía en el norte de nuestra isla, aunque antes habíamos echado una zafra de tomates muy cerca de aquí, en la Hoya de la Mar, junto al risco de Malpaso al final de La Pardilla; llegamos para sembrar la tierra de otros, la de los hermanos Rivero Ortega y como otras tantas familias de la época para intentar sobrevivir en la única actividad económica pujante en aquellos durísimos tiempos.
Con los años terminé cosechando también amigos/as, compañeros/as, testimonios, experiencias y anhelos que, a diferencia de otras cosas, no sólo no se marchitaron sino que me han durado toda una vida. Aún recuerdo el día que llegamos a Marpequeña o aquellos otros que nos permitieron conocer a Antonio Cabrera a Candidita y sus hijos, a Santiaguito Santana y Rafaelita Ramírez y familia o a Santiago, el palmero y sus hijos, también recuerdo a la familia de Agustín López y Candelaria. Del norte de la isla de Gran Canaria vinieron como nosotros la familia de Carmelo y María Hernández, la de Faustino García e Inés del Suroeste vinieron la de Juanito Oliva e Isabelita, casi de la cumbre (Tenteniguada), la de Pino Rodríguez, de las medianías la de Panchito Suárez y Benita Ortega, la formada por su hermana Lolita y Manolito, y así muchas familias de todos los rincones de la nuestra isla. Especial mención querría hacer de José González y Rosario Santiago, los padres de mi amigo y compañero Julián González que llegarían más tarde iniciando el nacimiento de la Marpequeña urbana que iría dejando atrás aquella de los cultivos.
Probablemente la mayoría de ustedes me conoce más por mi dimensión pública y aunque pública pero diferente, es la función que aquí me trae también, me van a permitir que hoy les hable más el hombre, el ser humano, el Paco Santiago que aquí también en parte se forjo como persona con una opción de vida clara. Hoy, siguiendo la definición que la Academia de Lengua española da a aquel que pregona, vengo a entonar en voz alta, algo que será de interés de todos, desconocido por muchos, pero seguro también que recordado con sano orgullo por otros tantos. Vengo a cumplir con un compromiso, con una amable petición muchas veces por respeto debido al común por mi retrasada.
Hoy, como hubiera hecho de haberlo pronunciado en el ayer, estas palabras quieren ser una llamada a seguir siendo nosotros porque de todos/as habla a todos quiere pregonar a los cuatro vientos lo que un día fuimos, lo que hoy hemos casi conquistado y mañana será un orgulloso testimonio de lo que como comunidad juntos habremos construido. Les vengo a hablar de pasado sí, pero sólo para descubrirnos hoy, sin complejos ni prejuicios, como corredores de fondo que supimos marcarnos un día un recorrido y una meta. Les vengo a hablar de presente y de quienes han estado mirando siempre desde aquí por un mañana mejor, por un futuro más digno, por un mundo en constante evolución. Un mundo que empieza aquí, en nuestro entorno más inmediato, en el salón de nuestros hogares y al abrir nuestras ventanas, un mundo que tiene como antesala este barrio nuestro que mira al atlántico y a la cumbre con la misma mirada serena del que se sabe cerca de todas sus cosas buenas y quiere lejos sus inclemencias.
Vengo a pregonar que la Marpequeña que hoy pisamos, esa que hoy dispone de equipamientos comerciales y unidades alimentarias, de significados negocios de restauración, de su propia farmacia, esa Marpequeña que hoy abriga un colegio, nuestro local social, nuestra plaza, nuestra iglesia, nuestro parque, nuestra cancha deportiva, nuestros hogares, hoy es toda nuestra sí, pero mucho antes fue una tierra de cultivo, un lugar en donde la palabra explotación llevaba de primer apellido agrícola y de segundo tomate, batatas, plataneras o algodón.
Un lugar que cuando pisé por primera vez apenas contaba con tres o cuatro viviendas, mucho padecer y aún más abnegación. Vengo a pregonar a los niños que aquí estuvieran, que siéndolo aún yo, aquí empecé a ganarme el pan, que aquí viví como otros en cuarterías construidas con apenas unos bloques y techos de planchas de uralita que daban un calor inaguantable. Vengo aquí a pregonarles que aquí trabajé como los demás de sol a sol, y, después, en casa atendiendo lo poco que nos era propio. Aquí aprendí, como muchos otros/as, que se puede dormir poco más de cinco o seis horas y rendir al día siguiente, pero sobre todo que la solidaridad es mucho más que una preciosa causa, el sentido último del compañerismo, la esencia misma de la humanidad.
Aquí nació en parte mi rebeldía, el deseo de un mundo mejor, el sentimiento de que nadie tiene el derecho a entender y tratar a otros como simples instrumentos para acumular riqueza al alto precio de amputarles su infancia, su felicidad, y parte de su vida. Aquí vivió el niño pero también nació en parte el hombre en que después me convertí. Aquí ví crecer las batatas, las plataneras y los tomateros que estaban plantados desde casi la hoy autopista, hasta las enormes dunas de arena que llegaban incluso a la altura de lo que hoy son las instalaciones deportivas de pádel y de tenis de la Garita. Aquí ví levantar del suelo las humildes cuarterías donde vivimos por un tiempo, y que sólo con los años fueron ganando en dignidad casi a la misma velocidad a la que iban desapareciendo los tomateros.
A veces cuando hoy alguno de mis hijos se rebelan, con razón, contra el futuro incierto que les ha tocado vivir, cuando contrariados llegan a casa con el resultado aún por ver de un examen o de una evaluación, cuando se sublevan ante una noticia o injusticia que sale en el telediario o en la prensa, me vuelven muchos recuerdos y anécdotas, vivencias amargas pero también ricas, de una Marpequeña, de un Calero, de una Pardilla, de un San Antonio, de una Remudas en donde también viví y que también se rebelaron un día contra el sino del tiempo que nos tocó.
Mi hijo Daylos, el más reivindicativo de los dos que he criado junto a Conchy, mi gran compañera de viaje, me dice muchas veces que este sistema no sirve, que estamos ante una gran farsa, que hay razones sobradas para estar indignados. Me alegra ver que también anida en él una parte de aquel joven inquieto, rebelde, crítico, activo, vivo, que un día también fui yo. Me congratula reconciliarme con el esfuerzo y el sacrificio que todo padre y madre hace para que sus hijos no pasen por los sufrimientos que pasamos nosotros/as.
Decía que a él y a mi hija Alba, les recuerdo en esas ocasiones que, aunque es verdad que otro mundo mejor es posible y necesario, no siempre lo que hoy conocen fue siquiera así. Les aclaró que incluso fue peor, y les pongo como ejemplo, no sólo la Marpequeña de entonces comparada con la de hoy, sino aquel Telde que al llegar la democracia apenas tenía un 15% de sus menores bien escolarizados, que aquel Telde que recogimos los hombres y mujeres que fundamos aquí mismo, en Marpequeña, Asamblea de Vecinos, sólo tenía saneamiento en san Juan y parte de San Gregorio, que sólo un 30% de los vecinos tenían luz domiciliaria pero muchos menos los que tenían alumbrado público.
Un Telde donde no estaba garantizado el abastecimiento de agua en los hogares, un Telde en donde sólo 3 de sus más de 60 barrios tenían asfaltadas sus calles, en donde sólo había un campo de fútbol que era de tierra, en donde no había zonas verdes para disfrutar del ocio, en donde no existían locales sociales.
Que cosas, y pensar que haya quienes hoy quieran convertir en caricatura 30 años de lucha por un mejor porvernir, por un Telde que ha dado un paso de gigante y de apenas tener un par de centros educativos hoy ha pasado a 41 repartidos por casi todos los barrios; de tener un sólo centro de salud que encima era para todo el este y sur de la isla a tener 9 sólo para los teldenses; de no tener locales sociales para el uso y disfrute de los ciudadanos a tener más de 50; de sólo haber tierra a tener 5 pabellones deportivos cubiertos y 30 canchas deportivas sin contar la de los colegios ; de un campo de fútbol sin iluminación a 10 provistos incluso de césped artificial de última generación en la mayoría de ellos; un Telde con el 98% de su población con saneamiento y el 100% de agua potable, electricidad y otros servicios; un Telde con vías y carreteras que dan acceso a la práctica totalidad de sus barrios y pagos; un Telde con 4 grandes parques urbanos, un centenar de pequeñas y grandes plazas y un importante conjunto de obra monumental; un teatro municipal, un museo y un Palacio de Cultura en construcción. Ya quisiera eso para sí incluso en algunas cosas la capital de nuestra isla, Las Palmas de Gran Canaria, la que ha estado a punto de convertirse en capital europea de la cultura.
Un Telde que no sólo se desarrolló económica y socialmente para el bienestar de todos/as, sino que alcanzó un desarrollo y una estatura humana sanamente envidiados por el resto de la isla y archipiélago, cosechándose en el ámbito deportivo títulos a nivel nacional, internacional, incluso de ámbito universal en varias modalidades deportivas tanto individuales como colectiva, con atletas, artistas, iniciativas y altos valores galardonados y reconocidos por todas parte.
Por otro lado dicen los cronistas, los estudiosos de la toponimia, que Marpequeña debe su nombre al hecho de que aquí se embalsara de forma natural mucha agua cada vez que había copiosas lluvias. Una lluvia que, antes y ahora, sigue siendo un tesoro para los canarios, para los hijos de este vergel sediento de tantas cosas.
En esa Marpequeña de entonces de tanta sed y de tanta agua, se forjaron y pulieron muchos de mis primeros sueños, de nuestros sueños colectivos y fueron algunos de los vecinos y vecinas de este barrio los arquitectos, los albañiles, las manos y los corazones, que emprendieron la lucha por una sociedad mejor. Fue en su antigua asociación de vecinos donde se gestaron muchas luchas, muchas decisiones, muchas estrategias serias, muchas iniciativas preciosas. Todo hay que decirlo, también otras de Julián para ganarme alguna partida de zanga con mañas y reglas que aun no están escritas, pero eso es otra historia.
Digamos que el ganaba las partidas de baraja como algunos equipos de futbol ganaban antes las Ligas, pero las elecciones si que las ganaba con la misma limpieza y claridad que anida en su corazón. Y aquí me van a permitir que haga una pausa. Una pausa merecida. Una pausa para quien no se la ha permitido para sí mismo nunca y siempre ha tenido el turbo puesto en pro de este barrio y para Telde. Una pausa que no es para coger aliento, sino para dárselo multiplicado por mil agradecimientos a quien ha sido y es un ciudadano ejemplar. Ejemplar sí, porque ya quisieran muchos cargos públicos, muchas comunidades, muchas personas que saben dimensionar en su justa medida lo que es vivir en comunidad, contar con el civismo y la altura humana de quien describo y nombraré a continuación. Es quien abre y cierra el parque para que jueguen los niños, el que enciende y apaga la luz de la cancha deportiva, el que está el primero para trabajar y el último que se marcha tras terminar de recoger.
Hablo de quien ha hecho por este barrio lo que algún día merecerá quedar escrito y ser conocido. Hablo de quien nunca quiso que sus vecinos le propusieran siquiera para que una calle o plaza llevara su nombre. Hablo de alguien a quien le fue comunicado en Enero pasado que iba a recibir una distinción del premio ciudad de Telde al mérito social y solicitó, amablemente, que se lo dieran a otra persona. Hablo de quien lleva por nombre Julián González y por apellido debería incluir el de ciudadano ejemplar de Marpequeña y de Telde.
Quien me conoce sabe que no soy muy dado a las palmaditas en la espalda y me da que a estas alturas poco puedo hacer ya para corregirme, pero también quien me conoce sabe que sí que milito en la pedagogía de la vida y en esa sí que les digo que Julián ha sido todo un maestro. Y como no sé si la vida me dará más oportunidades como ésta para así poder expresarlo, vayan implícitas en este pregón, aquí, públicamente y para que quede patente en la memoria y el corazón colectivo, mi reconocimiento y profundo agradecimiento a este honoris causa de la ciudadanía, Julián González, que sepan sus hijos y su esposa, que sepan sus nietos, que sepa su familia entera y la que es de todos/as, que Marpequeña tendrá siempre en su memoria colectiva al buen amigo y gran compañero Julián.Marpequeña saldrá en los próximos días a disfrutar de su fiesta, nuestra fiesta, la fiesta que es en honor a la Virgen del Carmen, pero que también es la de propios y visitantes del barrio que hasta sus calles vendrán a compartir sana diversión, respetuosa devoción y genuina canariedad.
Que sepan quienes nos obsequien con su presencia que este barrio lleva la hospitalidad en el tuétano de sus huesos y el saber estar y sentir en su alma. Que sepan quienes todos los años por estas mismas fechas inundan de alegría y diversión todos los rincones del barrio,… que detrás de cada acto, de cada apuesta, de cada gesto de quienes la organizan hay una gran dosis de amor puesta, unas buenas horas de dedicación e ilusión invertidas, sin más objetivo que la felicidad de todos/as. Marpequeña, como siempre, sabrá combinar la fe de sus gentes y el respeto por su patrona, con el vaso de vino o el pisco de ron que acompaña, si se quiere, la que siempre seguro será sana diversión. Volverán a sonar los timples y las guitarras por sus calles y en sus fachadas a retumbar las voces de esos solistas de la canariedad que todos los años nos obsequian con emociones e identidad cultural y nacional hecha canción. Marpequeña volverá a mostrar por unos días la gran comunidad que lleva dentro todo el año y a pregonar por sí misma que en muchas cosas es capital de altos valores, de tradición pero también de evolución.
Compañeros/as, amigos/as, vecinos/as del barrio de Marpequeña. Termino como empecé, diciendo que ésta, un día fue y nunca ha dejado de ser también mi casa, mi barrio, mi gente, parte de mi. Que aquí siempre he jugado en casa y que también en política, elección tras elección, aquí siempre ganó la fuerza del corazón y la razón. Me despido dando las gracias a quienes me han permitido el inmenso placer y alto honor de dirigirme a ustedes para hablarles desde el fondo de mi alma, también en forma de pregón.
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