Saqué la rosa al balcón
y la anegó el aguacero,
el sol la besó primero,
no previne el chaparrón;
no hay cobijo ante un ciclón
que no avisa y ruge fiero.
Llegó de repente el frío
y me encontró al descubierto,
a su paso quedó muerto
mi madroño ¡y tan umbrío!
el sendero del bohío
en que a solas me despierto.
Clamó el trueno con su voz
y se asombró mi hojarasca
que mojada en la borrasca
no pudo volar veloz;
cuando el rayo vino atroz,
ennegreció la nevasca.
Tras la tormenta temprana
quedó el silencio violento,
disperso, cada fragmento
en que la brisa se afana.
No tuvo la culpa el viento
si es que yo abrí la ventana…
Guadalupe Santana Suárez ©
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