viernes, 17 de mayo de 2013

El Padre Báez.

Último eslabón en el campo:

Desde que se inició, en los albores de la humanidad la agricultura, una generación, les fue pasando a la siguiente, los conocimientos, experiencias, ciencia
y sabiduría de la cultura del campo, y ello, hasta hace algunos años, en los que los agricultores llenaban el campo con sus presencias y quehaceres propios, en los que los hijos aprendían de los padres y estos de los suyos o abuelos, y así hacia atrás hasta el origen del comienzo de tanta recopilación y transmisión o/y tradición. Pero, pasa al presente, que no se ve como los últimos años, o años precedentes a agricultores por los pueblos, aldeas, barrios, cañadas, tesos, llanuras, montañas, etc., es decir, por cualquier lado que uno se virara, siempre veía a alguien en las faenas propias del cultivo. Sin embargo, ver hoy a un agricultor, casi hay que buscarlo con una lupa. Y es el caso, que dentro de poco -y esto suena a premonición, adivinación, profecía o lo que quieran- dentro de poco solo comerán los que se hagan a la tierra y sepan sacarle algún producto o comida que echarse a la boca; y hasta el presente con más o menos dificultad, con los últimos testigos del arte de cultivar, algo se podría hacer al respecto, pero, están desapareciendo los últimos campesinos, y desapareciendo éstos, los que vienen detrás, pisándonos los talones, se van a morir de hambre, por ser incapaces de sacarle a la tierra ni un bocado. Viene llegando la últimísima generación que pregunta si los gallos ponen huevos, si los toros dan leche, si una oveja con cuernos en una oveja macho, y cosas por un estilo; encima se les enseña a pasear en arrastres de vacas y sacan fotos asombrados a una vaca que caga (asombrados de ver una bosta), y digamos lo mismo si se trata de un burro o caballo. Es decir, con estos que nos van a suceder, no será posible plantar un saco de papas, ni una orilla de coles, porque perdida la ultima página del libro, que son los ancianos, no tendrán fuente de información, ni quien sepa enseñarles a hacer un surco, y ni mucho menos ordeñar una cabra, que la ganadería es otra. Y a tal fin, para prevenir la desaparición del oficio más viejo del mundo (la agricultura), el cabildo se empeña en dar cursos de tres horas en su granjita, de todo y de nada, cuando lo que se debe hacer es poner junto a cada anciano -últimos testigos de una sabiduría muchas veces milenaria- un grupo de muchachos, capaces de tomar el relevo, y seguir como siempre se ha hecho. Pero, llegados a este punto, nos encontramos siempre con la misma, y es que mientras el cabildo –que debe desaparecer- no desaparezca al miedoambiente y al seprona del campo, nada se podrá conservar ni mantener, porque nada te dejan hacer. Píénsese que a un anciano, se le prohíba coger retamas para el estiércol de sus animales, y es lo que debe enseñar; que a un anciano, se le prohíba segar la hierba –y tenga que comprarla a cataluña, por tener protegida la nuestra, que alcanza por partes hasta los dos metros de altura; o que a un anciano, se le prohíba limpiar acequias y caminos, porque entonces, sí que se le cae el pelo al pobre anciano; que un anciano, no pueda levantar una piedra de una pared caída, y ni mucho meno se le permita quemar los rastrojos, que son –la ceniza- abono, para la tierra. Más que difícil, se lo ponen imposible, para que la tradición que se pierde en la noche de los tiempos perdure. En resumen, se mueren los ancianos, y se llevarán a la tumba toda su ciencia de la agricultura, sin que haya quien recoja esa tradición y poder seguir, como siempre. Luego, pasado algún tiempo, cuando se vuelva al campo, se tendrá que comenzar de cero, sin saber cuándo, cómo y dónde plantar esto o lo otro, ni qué datos y detalles hay que tener en cuenta según la tradición y experiencia, que es ciencia y cultura. Partir del desconocimiento y descubrirlo, cuando ya no hay quien sepa orientar, enseñar o ayudar, va a ser algo que va a ser irremediable. Y ello, por la negligencia y apatía, indiferencia y falta de mirada de o al futuro de una clase política burócrata y capitalina, que no ha pisado el campo,  y ni lo dejan pisar, porque prefieren soltar a 300 bomberos previsores de incendios durante ocho meses, repartidos por la isla grantabaibera, antes que soltar cabras y ovejas, con sus pastores a los que se les prohíbe pastar o pastorear, porque dicen –ingenuos y absurdamente- se comen los pinos (cuando jamás una cabra mordió un pino, pues sería su muerte, ya que es puro veneno y las reventaría), y controlar la desaparición de la hierba seca que es la que con malezas incluidas, son el alimento del fuego o incendios. Y es que  es triste, tanto saber se pierda, y luego -ya lo hacen- lo quieran recuperar, saltándose este último eslabón, de una cadena que viene desde el principio del mundo, muy enriquecida, por tantas generaciones precedentes, que desapareciendo ellos, desaparece cuanto saben, y nos quedemos sin saber plantar una papa; pues, también en ello hay un arte, y del mismo depende la cosecha.

El Padre Báez.

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