Enamorado del campo:
El Padre Báez.
¡Cuánto había en el campo hace cincuenta años! ¡Cuánta gente trabajaba y vivía en el campo! ¡Cuánta comida se producía, y nadie pasaba hambre! ¡Cuánta amistad y conversaciones! Los ancianos, eran profesores y respetados. Los Domingos –y todos los días- eran días felices (Misa y juegos, descanso y familia, cuentos y cantos...). Lo más importante era la familia. Se pedía la bendición. Se cocinaba en el fogal, y con leña. Se comían todos juntos, ¡qué algarabía y gozada! El padre, hacía la cruz en el gofio y lo
amasaba, ¡y todos a comer de la lata central! El conduto: carne de cochino, aceitunas, sardinas en lata, pero sobretodo el queso. Se descubría cosas, con verdadera curiosidad. Ningún niño asistía a conversaciones de mayores. Había muchas tiendas. Había virtudes y valores. El paro no existía, ¡ni se le conocía! Siempre había cosas que hacer; se producía. Productos riquísimos. Era un mundo fascinante. Estudiaba el que valía. Se rezaba todos los días. Nadie cogía las papas, ponía un techo o se velaba a un difunto solo, sino toda la vecindad en ello. Todos sabían hacer de todo. Se dormía de noche (se recogían al caer la tarde). Se respetaba la tradición. Se tenía en cuanta la experiencia de los mayores. Viajar, era una odisea (a la capital y descubrir sus bellezas). Se aprendía. Los agricultores y ganaderos dialogaban. El agro, era lo primero. Se acogía y se hospedaba (como ley y norma). La mesa, era el centro. Se conservaba lo autóctono, sin miedo a miedo ambiente. Las cabras eran la vida. Nos rifábamos los baifitos: “¡este es mío!”, con referencia a los tres o cuatro del parto y reparto entre hermanos; se volvía de la escuela, para jugar con ellos. Sin miedo, se firmaba a la guardia civil, había estado en la zona o lugar. El cura llevaba los santos óleos a los enfermos, que morían en sus casas, con toque de campanilla. Se iba a por agua al barranco o a la fuente según su finalidad (beber o regar los matos del patio). De día, cantos; de noche, silencio. En la Radio: “La Ronda”. Se respetaba la naturaleza. Se comía la fruta del tiempo, y de la tierra. Las golosinas eran: higos pasados, almendras y nueces; también las castañas. El Barrio de al lado, era el extranjero, un mundo desconocido. Se jugaba. Se mantenía el legado. Todo el mundo se entregaba al trabajo. Siempre se estaba en contacto con la tierra. Pero..., se dejó la tierra por el turismo y la construcción, y todo cambió (para mal). Todos quisieron el sueño de ser rico, sin casi trabajar, marchando todos a la capital, dejando la fuente de producción y acompañados de la nostalgia. Por eso, mientras no se regrese, no habrá alegría, ni cultura (agricultura). Ya no se vive (se muere); ya no se reflexiona (nos piensan). La naturaleza (el campo), tiene un puesto para cada uno. Se ha perdido el contacto con la estética (la belleza [salidas o puestas del sol, una flor...]). El campo, ha perdido el habla; solo se oye el silencio.
El Padre Báez.
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