El Padre Báez.
Hace medio siglo, la mayoría del campo se cultivaba todavía, y nada estaba prohibido hacer en el mismo; y las actividades en el “rus” –en latín lo he puesto- eran varias. Pero unas décadas antes, se comenzó a parar esos trabajos y se empezó a romper lo que desde siempre se había hecho en la tierra, perdiendo su original
plan que viene desde lo divino. Algo impensable en mi infancia, es que aquél paraíso donde me crié, se iba a perder algún día, y que comenzaba ya, sin apenas darme cuanta, sino con el paso de los años en mi reciente juventud, donde todo comenzó a ir hacia atrás, y aún sigue sin parar y a más. Hoy, del campo ya solo queda el nombre; la cáscara, el puesto. Se ha descuidado todo por imperativos del ckabildo, que proyectó –en mala hora- sembrarlo todo de pinos y acabar con la ganadería y agricultura. Con ello, se ha pedido y pierde la cultura del agro o agricultura (muchas veces milenaria, y desde que el hombre es hombre sobre la tierra). Hoy, es la única ciencia que no se estudia, ni practica (está todo prohibido, protegido, multado, vigilado...). Nadie debate el asunto porque el ckabildo ha comprado con publicidad a los distintos medios de comunicación, que nada comunican (a no ser que sea sobre carnaval, fútbol -y por navidad-, sobre belenes). Todo lo cual ha llevado al que se arriesgue a hacer algo en el campo a un rosario de permisos, tasas, papeles, visitas, controles, etc., que aburren a un santo, y cansado se deja todo intento de volver, cuando no ha sido severamente sancionado, y a algunos los ha llevado el acoso y multas al suicidio. Todo esfuerzo por regresar al campo, es abortado. Y si alguien se resiste, al final abandona por distintas presiones y visitas. Aunque si se es amigo, o si se tienen un uniforme y si cumplen con los boletines oficiales, pueden romper cuanto les vengan en gana, ya que un sí en papel les permite lo impensado y más, pero es cosa de unos pocos afortunados corruptos. Que lo que es el residente, no puede como el conejo salir de la madriguera solo a riesgo de un tiro o susto de muerte. Esta situación no es normal; es un fenómeno que ningún sociólogo comenta por miedo a perder clientela y trabajo. Sin embargo, no hay fiesta en al que no se disfracen de campesinos, justo lo que prohíben y persiguen. No, no corren buenos tiempos para el campo, que fenece. Estamos en el polo opuesto de la ganadería y agricultura. Los hay que no renuncian y aunque en un mínimo, sin llamar la atención casi a escondidas, hacen algo de lo que se hizo, pero en sentido ridículo y minúsculo, sin atreverse a ir más allá, por el miedo que los acobarda y encierran. Fueron mis primeras experiencias en el mundo, que descubría con asombro y naturalidad, como lo más normal y único, sin otro mundo. Era fuente de salud, de vida, de familia, de valores de principios, de..., todo. Ahora, nada. Eran dos profesiones en una (o más). Se era todo (medico, abogado, teólogo, arquitecto...). El campo, me enseñó más que las universidades por donde pasé (Filosofía, Teología, Historia...). Todas las puertas me las abrió el campo. Fue un mundo de contactos, y de amigos. La enseñanza del padre. Las visitas a los primos y tíos en Tirajana. El intercambio de frutas y frutos. Mi primera relación con la arqueología. Teníamos charcos en los barrancos que no cambiaría jamás por las playas. Conocí barrancos, laderas, presas, estanques, cuevas... Me enseñaron a ser lo que soy. Fueron años, en los que la vida giraba en torno a la Iglesia (de ahí mi vocación sacerdotal, que debo a mi padre). Todo en medio de animales (cabras, vacas, becerros, cochinos [perros, nunca tuvimos, no nos hacían falta]). ¡Qué experiencias escolares más bellas! Por Guía, descubrí por primera vez el mar y un mar de plataneras, donde pasando los años sería párroco (De San Andrés, en Arucas). Años 60 y 70, fueron los del derribo lento y progresivo. Todo lo cambiaron por las suecas primeras, y luego los ingleses, y otros, que nos han desgraciado totalmente, trayéndonos a las ruinas del presente: tierras abandonadas, y animales desaparecidos. Infinitos eran nuestros conocimientos; se sucedían las sorpresas. Había acontecimientos, que marcaban, dejaban huellas. La hospitalidad era regla, norma y mandato. Esto nos permitía salir del entorno e ir más allá, más arriba. Se descubría. ¡Oh, la primera vez que fui a Artenara, sus cuevas, su gente, dormir allí en casa-cueva de un compañero del Instituto... Entonces casi no había pinos (entonces conocí a Don Domingo Báez). ¿Quién me iba a decir le iba a suceder en la parroquia antes citada de cura, y preparar sus funerales?). La naturaleza, el campo, ha influido al cien por cien en mi vida y obra. E ahí, mi pasión por el campo. Disfruté en y del campo. Y porque no quiero ponerme nostálgico, no sigo, y me guardo lo mejor, lo que es intransferible...
El Padre Báez.
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